miércoles, 4 de noviembre de 2009

Segundo bachiller. Romeo y Julieta. Una parodia

Romeo frente al cadáver de Julieta
de Georges Cahoon

Marco Denevi, en “Falsificaciones”

Cripta del mausoleo de los Capuletos, en Verona. Al levantarse el telón, la cripta, en penumbras, deja ver un túmulo, y, sobre éste, el cadáver de Julieta.
Entra ROMEO con una antorcha encendida. Se acerca al túmulo. Contempla en silencio los despojos de su amada. Luego se vuelve hacia los espectadores.
ROMEO.-¡Era, pues, verdad! ¡Julieta se ha suicidado! Veloces mensajeros, oculto el rostro chismoso tras la máscara de un falso dolor, corrieron a Mantua a darme la noticia. Pero, junto con la noticia, hacían tintinear en el aire la intimación de que volviese, la amenaza de que, en caso contrario, me trerían por la fuerza. Todos se despedían de mí con el mismo adiós: "Romeo, ahora sabrás cuál es tu deber". He comprendido. He vuelto. Aquí estoy. No he encontrado a nadie en el camino. Nadie me estorbó el paso para que llegase a este lúgubre sitio y me enfrentase a solas con el cadáver de Julieta. Excesivas casualidades, demasiada benevolencia del destino, sospechoso azar. Alcahuetería de la noche, ¿Cuál es tu precio? Los que te han sobornado ahora me espían, huéspedes de tu sombra. Aguardan que les entregues lo que les prometiste. ¿Y qué les prometiste, noche rufiana? ¡Mi suicidio! Así podrán dar por concluida esta historia que tanto los irrita y que, en el fondo, los compromete de una manera fastidiosa. Julieta ya ha escrito la mitad del epílogo. Ahora yo debo añadirle la otra mitad para que el telón descienda entre lágrimas y aplausos, y ellos puedan levantarse de sus asientos, saludarse unos a otros, reconciliarse los que estaban enemistados, tú, Montesco, con vos, Capuleto, y luego volverse a sus casas a comer, a dormir, a fornicar y a seguir viviendo. Y si no lo hago por las buenas, me obligarán a hacerlo por las malas. Me llamarán Romeo de pacotilla, amante castrado, vil cobarde. Me cerrarán todas las puertas. Seré tratado como el peor de los delincuentes. Terminarán por acusarme de ser el asesino de Julieta y alguien se creerá con derecho a vengar ese crimen. O escribo yo la conclusión o la escribirán ellos, pero siempre con la misma tinta: mi sangre. De lo contrario la muerte de Julieta los haría sentirse culpables. Suicidándonos, Julieta y yo intercambiamos responsabilidades y ellos quedan libres. (A Julieta.) ¿Te das cuenta, atolondrada? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿Tenías necesidad de obligarme a tanto? ¿Era necesario recurrir a estas exageraciones? Nos amábamos, está bien, nos amábamos. Pero de ahí no había que pasar. Amarse tiene sentido mientras se vive. Después, ¿qué importa? Ahora me enredaste en este juego siniestro y yo, lo quiera o no, debo seguir jugándolo. Me has colocado entre la espada y la pared. Sin mi previo consentimiento, aclaro. Nací amante, no héroe. Soy un hombre normal, no un maniático suicida. Pero tú, con tu famosa muerte, te encaramaste de golpe a una altura sobrehumana hasta la que ahora debo empinarme para no ser menos que tú, para ser digo de tu amor, para no dejar de ser Romeo. ¡Funesta paradoja! Para no dejar de ser Romeo debo dejar de ser Romeo. (Al público.) Esto me pasa por enamorarme de adolescentes. Lo toman todo a la tremenda. Su amor es una constante extorsión. O el tálamo o la tumba. Nada de paños tibios, de concesiones, de moratorias, de acuerdos mutuos. Y así favorecen los egoístas designios de los mayores, que aprovechan esa rigidez para quebrarles la voluntad como leña seca. (Otro tono.) Ah, pero yo me niego. Me niego a repetir su error. Todo esto es una emboscada tendida con el único propósito de capturarme. Señores, miladis, rehúso poner mi pie en el cepo. Amo a Julieta. La amaré mientra viva. La lloraré hasta que se me acaben las lágrimas. Pero no esperéis más de mí. No me exijáis más. La vida justifica nuestros amores, en tanto que ningún amor es suficiente justificación para la muerte. Buenas noches.
(Arroja la antorcha en un rincón, donde se apaga; se emboza la capa y sale.
La escena queda sola unos instantes. Luego entran dos PAJES conduciendo el cadáver de ROMEO con una daga clavada en el pecho. Lo depositan a los pies del túmulo. Uno de los PAJES coloca una mano de ROMEO en la empuñadura de la daga. Se retiran.
Entra FRAY LORENZO. Cae de hinojos. Alza los brazos.)
FRAY LORENZO.- ¡Oh amantes perfectos!

lunes, 26 de octubre de 2009

Nacimientos: ¡chicho, dame más papa!

La culpa podría ser, una vez más, de esa vieja que lo devora todo. Lo cierto es que a Roberto Cossa le cuesta precisar cuándo y dónde escribió las diferentes versiones de La Nona. Quizá -como dice- porque el personaje es demasiado astuto. Ahora, festejando el éxito de Yepeto, su última obra, Cossa rememora el tiempo en que se divirtió haciendo la primera Nona, entre el '70 y el '71 cuando ella se escurría, con su rostro achacoso, entre los gestos exagerados de un italiano laburante. Precisamente de ese abuelo materno, carpintero en El Palomar, que trabajaba doce horas diarias para que cada uno de sus ocho hijos tuviera profesión. Copió su forma de pedir comida, sus giros idiomáticos, sus tics. Dio vuelta por completo esa entrega al trabajo, a las obligaciones, y se los entregó al personaje que iba a enamorar a Pepe Soriano.

También hurgó en su álbum familiar y dio forma a la tía, de una propia, una mujer tan inocente que se mareaba con el vinagre de la ensalada. Carmelo fue un poco su padre y el resto de los personajes seres que se componen de muchos otros, retaceados a la calle o al insomnio. El libro formaba parte de un ciclo que junto con Somigliana y Talesnik, preparaban para canal 9.
-Romay lo quería para que Pepe Soriano fuera el protagonista. Pagó los trece libros que le entregamos, pero los guardó en un cajón.
El autor sintió, junto con los demás del grupo, cierta frustración. La Nona lo había hecho sentir muy libre, tanto como El avión negro, cuando rompía con sus propios esquemas teatrales. Además le permitió reír (algo bastante difícil para un periodista que cubría la plana política en aquellos años) y fue el motivo principal para convencer a su jefe de La Opinión para que le dejara tomarse licencias de una semana, cada cierto tiempo.

Pasaron más de tres años. En enero del año '74, canal 13 puso La Nona, interpretada por Norah Cullen, con Osvaldo Terranova, Dringue Farías y Miguel Ligero. Tuvo buena repercusión. Terranova, Martha Degrazia, la mujer de Cossa, y Rudy Catari, le insistieron en que trabajara la obra para teatro. Pero Cossa se negaba. En parte porque no retoma historias que da por terminadas, y muy especialmente porque ya el país estaba sumergido en plena violencia. El dramaturgo quedaba relegado por el periodista. Cossa tenía que estar donde la profesión y el gremio lo requerían.
Vino el golpe del '76. En El Cronista Comercial, donde trabajaba, ofrecían una buena indemnización para los que aceptaran renunciar. Cossa tomó una determinación y recibió trece sueldos. Por consejos de su mujer, los cambió en dólares. Ambos sacaron pasaportes, se anotaron en ELMA. mandaron carta a un amigo de España. Vino también la primera mudanza estratégica. Del viejo departamento de Córdoba y Uruguay a Mármol y Agrelo. En ese tiempo muerto, y para dejar de pensar en la partida, retomó La Nona.

-Era casi la misma historia que escribí para televisión, solamente le agregué diálogos para llevarla al teatro.
Trabajó dos meses seguidos, prácticamente con el mismo ritmo que llevaba en el diario. Sólo que se impuso un horario, casi de banquero, de 12 a 16. La rutina le servía como refugio. Una tarde se reunió el grupo para hacer la primera lectura de La Nona. Apenas terminó de leer, Carlos Gorostiza se la pidió para dirigirla, con la condición de que la hiciera un hombre.
-Todavía no me daba cuenta de la dimensión metafórica, asexuada, que toma en un actor. Cuando una actriz hace el personaje, la cosa no funciona igual.
En ese tiempo, a veces largo, a veces corto, donde se decidía si se hacía la obra, cómo y con quién, Cossa continuaba asediado por las muertes, las desapariciones en su entorno, las ganas de irse. Vino otra mudanza. Como remedio contra el temor se empecinó en pulir la obra. Escuchó los consejos de Gorostiza y María Luz Regás:
"La Nona es muy linda, muy divertida, pero da para más"
-Se ve que en mi subconsciente ya estaba fijada la violencia, la muerte. Por eso rehice la segunda parte, cuando los personajes mueren uno por uno y la vieja destruye todo.

Fue la voracidad de la Nona la que acabó con el miedo de Cossa. aunque ahora se ría y diga que son milagros del trabajo teatral, la fuerza del grupo, la seguridad que se consigue entre todos. Cuando en agosto de 1977 se estrena la obra en el Lassalle, ya ni se acuerda del viaje. Por cábala, toca madera cuando le dicen que la obra interpretada por Ulises Dumont es un éxito. A los pocos días, arrojan una bomba incendiaria en la entrada de la sala. Se rompen los vidrios de la puerta, se quema parte de la alfombra, pero nada más. El grupo decide silenciar el asunto, que juzga como una advertencia. Brandoni, es el primero del reparto que debe irse del país. Sobrevienen los reemplazos casi sin interrupción. El público llena la sala del Lassalle.

Tiempo después, un alto funcionario les advierte que desde el Ministerio del Interior se intenta prohibir la obra. El grupo reúne las críticas y comentarios que se publican y los envía al Ministerio. La estrategia resulta y la prohibición de La Nona es sólo para menores de 18 años. Al año y medio, la pasan a la sala del Instituto de Arte Moderno. Pese al éxito, la situación económica comienza a pesar sobre el elenco.Antes de bajarla de cartel, Héctor Olivera habla con Cossa para llevar la obra al cine. Ya la vieja italiana, ese personaje terrible que algunos identifican con la inflación, otros con el imperialismo y Cossa con la muerte, queda consagrada en el exterior. Soriano se come a la Nona. La Nona se come al público.

Publicada originalmente en Crítica, 1987.
Link original: http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/esto/revdesto226.htm

miércoles, 14 de octubre de 2009

Cuarto construcciones. Trabajo práctico sobre policial negro

Cuarto Construcciones. Tercer trimestre Trabajo práctico

La variante negra y argentina del policial

Trabajo práctico individual
Fecha de entrega: 22 de octubre de 2009

Textos: Goligorsky, “Orden jerárquico”, Feinmann “Últimos días de la víctima” (selección de capítulos en la fotocopiadora) y película del mismo nombre (Aristarain, 1982), Borges “La muerte y la brújula”

Introducción

Eduardo Goligorsky publica “Orden jerárquico” en 1975. Casualmente gana un premio en un concurso de cuentos policiales organizado por la revista 7días, del cual Borges es jurado. Casualmente en el mismo concurso fue premiado “La loca y el relato del crimen”, de Ricardo Piglia. Asimismo, José Pablo Feinmann publica su novela “Últimos días de la víctima” en 1979, siendo llevada al cine por Adolfo Aristarain con guión del mismo Feinmann en 1892. “La muerte y la brújula”, en cambio, es un relato bastante anterior. Fue publicado en 1948 en Ficciones, una de las obras centrales de Jorge Luis Borges.
Este trabajo tiene dos objetivos: por un lado, identificar en estas obras las características de la variante negra del policial, y por el otro, ver en “Últimos días de la víctima” la reelaboración y la reescritura de los cuentos de Borges y Goligorsky.

Preguntas

1. Dice el escritor argentino Ricardo Piglia: “Los relatos de la serie negra (los thriller, como lo llaman en Estados Unidos) vienen a narrar lo que excluye y censura la novela policial clásica. Ya no hay misterio alguno en la causalidad: asesinatos, robos, estafas, extorsiones, la cadena siempre es económica” ¿Cómo aparecen estos elementos en los relatos y la película?
2. Dice el escritor norteamericano Raymond Chandler: “El autor realista de novelas policiales habla de un mundo en el que los gángsters pueden dirigir países: un mundo en el que un juez que tiene la bodega clandestina llena de alcohol puede enviar a la cárcel a un hombre apresado con una botella de whisky encima” ¿Cómo se expresan estas relaciones de poder en “Orden jerárquico”?
3. Encuentren por lo menos tres puntos en común entre “Últimos días de la víctima” y “Orden jerárquico”. Se recomienda usar la selección de capítulos de la novela.
4. Analice el personaje de Mendizábal, e identifique cuáles son los elementos típicos del género policial que confluyen en su propia persona. Compare con “La muerte y la brújula”.
5. Identifique en “La muerte y la brújula” elementos del policial clásico y del policial negro ¿Cuál es el móvil del crimen? ¿Cuáles son las pistas que desvían a Lonrot? ¿Mediante qué elementos se da la resolución del crimen?

Producción escrita.

Observen la imagen que se encuentra aquí , cuyo autor es el fotógrafo Martín Katz, a quienes ustedes ya conocen.
De acuerdo a las características del policial negro, imagine un personaje y una situación acorde al género, inspirada por la fotografía. Deténgase en los detalles: los colores, la expresión del rostro, aquello que se ve y también lo que no se ve. Imagine un rol para la persona retratada ¿es el criminal, la víctima, el detective? Imagine una situación posible ¿escapatoria/persecución? , y desarróllela, y un ambiente (el campo, la ciudad, la ruta, el atardecer, la noche). Describa estos elementos en no menos de quince líneas. Si puede construir una narración, o el principio de ella, mucho mejor.

Puntaje: cada pregunta vale un punto, la producción escrita cuatro. El punto restante se agrega si el trabajo es prolijo, está bien escrito y la ortografía y la puntuación son adecuadas.
Dos trabajos iguales, o prácticamente idénticos serán calificados con 1 (uno)

miércoles, 26 de agosto de 2009

El túnel trabajo práctico tema 2

Instituto Luis A Huergo
Literatura Argentina
Segundo cuatrimestre
Primer trabajo práctico.
Tema 2 (De Otero a Weber)

“El túnel”, Ernesto Sábato.
Lean y tengan en cuenta, para orientarse en el trabajo, las siguientes palabras de Sábato sobre “El túnel”:
…Mientras escribía esta novela arrastrado por sentimientos confusos e impulsos inconscientes, muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto de lo que había previsto. Y, sobre todo, me intrigaba la creciente importancia que iban tomando los celos y el problema de la posesión física. Mi ideal inicial era escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder comunicarse con nadie, ni siquiera con la mujer que parecía haberlo entendido a través de su pintura. Pero al seguir al personaje, me encontré con que se desviaba considerablemente de este tema metafísico para "descender" a problemas casi triviales de sexo, celos y crímenes. Esa derivación no me agradó nada y repetidas veces pensé abandonar un relato que se apartaba tan decididamente de lo que me había propuesto. Más tarde comprendí la raíz del fenómeno. Es que los seres de carne y hueso no pueden nunca representar las angustias metafísicas al estado de ideas puras: lo hacen siempre encarnando esas ideas, oscureciéndolas de sentimientos y pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos imprevisibles, aun para el mismo escritor que sirve de intermediario entre ese extraño mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue sus dramas. Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad concreta, la desesperación metafísica se transforma en celos, y el cuento que parecía destinado a ilustrar un problema metafísico se convierte en una novela de pasión y de crimen. Castel trata de apoderarse de la realidad-mujer mediante el sexo. ¡Pero es tan vano ese empeño! Adopté la narración en primera persona, después de muchos ensayos, porque era la única técnica que me permitía dar la sensación de la realidad externa tal como la vemos cotidianamente, desde un corazón y una cabeza, desde una subjetividad total. De manera que el mundo externo apareciera al lector como al existente: como una imprecisa fantasmagoría que se escapa de entre nuestros dedos y razonamientos. (Y hay críticos que me han reprochado cierta imprecisión fantasmagórica en el mundo exterior a Castel.) Por fin, cuando el protagonista mata a su amante, realiza un último intento de apoderarse de ella, de fijarla para toda la eternidad.

1. Formulen cinco preguntas sobre la narración y sobre la condición del hombre en general que puedan hacerse a partir de la lectura de “El Túnel”.
2. Relean los capítulos 7,15 y 16 observando los diálogos en María y Juan Pablo detenidamente. Analícenlos a partir de la problemática del amor, sus posibilidades de concreción, y los diferentes puntos de vista de los personajes.
3. Confronte y diferencie los espacios de la ventanita y el túnel. ¿Qué significación puede otorgar a cada uno de ellos?
4. Comparen las figuras de Juan Pablo y María en su actitud hacia el mundo y hacia el amor. Lean los siguientes fragmentos, y relaciónenlos con los protagonistas.
Una definición de existencialismo es una filosofía que da énfasis a la singularidad y aislamiento de la experiencia del individuo en un universo hostil o indiferente, existencia humana como inexplicable, y responsabilidad por las consecuencias de sus actos (diccionario Merriam-Webster p.215, citado por el mismo Sábato)
La posibilidad y la libertadUn concepto central dentro del existencialismo es el de posibilidad. Este se identifica con la libertad puesto que soy libre porque posee posibilidades y gracias a ello es que me hago a mí mismo.
5. Relacionen los capítulos 2 y 15 con el asesinato de María en la estancia marplatense de Hunter.
6. Construya una hipótesis acerca de la palabra “insensato” que Allende pronuncia al final del relato.
7. Escriba un texto argumentativo breve sobre los puntos que le han gustado y disgustado de la novela.

El túnel Trabajo práctico Tema 1

Instituto Luis A Huergo
Literatura Argentina
Segundo cuatrimestre
Primer trabajo práctico.
Tema 1 (De Aseguin a Ochiuzzi)

“El túnel”, Ernesto Sábato.
Lean y tengan en cuenta, para orientarse en el trabajo, las siguientes palabras de Sábato sobre “El túnel”:
…Mientras escribía esta novela arrastrado por sentimientos confusos e impulsos inconscientes, muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto de lo que había previsto. Y, sobre todo, me intrigaba la creciente importancia que iban tomando los celos y el problema de la posesión física. Mi ideal inicial era escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder comunicarse con nadie, ni siquiera con la mujer que parecía haberlo entendido a través de su pintura. Pero al seguir al personaje, me encontré con que se desviaba considerablemente de este tema metafísico para "descender" a problemas casi triviales de sexo, celos y crímenes. Esa derivación no me agradó nada y repetidas veces pensé abandonar un relato que se apartaba tan decididamente de lo que me había propuesto. Más tarde comprendí la raíz del fenómeno. Es que los seres de carne y hueso no pueden nunca representar las angustias metafísicas al estado de ideas puras: lo hacen siempre encarnando esas ideas, oscureciéndolas de sentimientos y pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos imprevisibles, aun para el mismo escritor que sirve de intermediario entre ese extraño mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue sus dramas. Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad concreta, la desesperación metafísica se transforma en celos, y el cuento que parecía destinado a ilustrar un problema metafísico se convierte en una novela de pasión y de crimen. Castel trata de apoderarse de la realidad-mujer mediante el sexo. ¡Pero es tan vano ese empeño! Adopté la narración en primera persona, después de muchos ensayos, porque era la única técnica que me permitía dar la sensación de la realidad externa tal como la vemos cotidianamente, desde un corazón y una cabeza, desde una subjetividad total. De manera que el mundo externo apareciera al lector como al existente: como una imprecisa fantasmagoría que se escapa de entre nuestros dedos y razonamientos. (Y hay críticos que me han reprochado cierta imprecisión fantasmagórica en el mundo exterior a Castel.) Por fin, cuando el protagonista mata a su amante, realiza un último intento de apoderarse de ella, de fijarla para toda la eternidad.

1. Formulen cinco preguntas sobre la narración y sobre la condición del hombre en general que puedan hacerse a partir de la lectura de “El Túnel”.
2. Relean los capítulos 1, 6, y 9, observando los diálogos en María y Juan Pablo detenidamente. Analícenlos a partir de la problemática de las posibilidades de comunicación que se plantean como interrogantes en la novela.
3. ¿En qué medida “El Túnel” se acerca y se aleja de la novela policial?
4. Comparen las figuras de Juan Pablo y María en su actitud hacia el mundo y hacia el amor. Lean los siguientes fragmentos, y relaciónenlos con los protagonistas.
Una definición de existencialismo es una filosofía que da énfasis a la singularidad y aislamiento de la experiencia del individuo en un universo hostil o indiferente, existencia humana como inexplicable, y responsabilidad por las consecuencias de sus actos (diccionario Merriam-Webster p.215, citado por el mismo Sábato)
La posibilidad y la libertadUn concepto central dentro del existencialismo es el de posibilidad. Este se identifica con la libertad puesto que soy libre porque posee posibilidades y gracias a ello es que me hago a mí mismo.

5. Relean los capítulos XVI y XXXII, y dén cuenta de los cambios que suceden entre los dos capítulos en la interioridad de Castel. ¿Qué es, a su entender, lo que produce ese cambio?
6. El nombre que del cuadro que pinta Castel es Maternidad ¿Puede realizar alguna hipótesis sobre el nombre del cuadro y el tipo de relación que Castel busca entablar con María?
7. Escriba un texto argumentativo breve sobre los puntos que le han gustado y disgustado de la novela.

viernes, 3 de julio de 2009

Cuarto construcciones. Actividades para el receso de invierno

Curso: Cuarto Construcciones
Materia: Literatura Argentina
Profesora: Gabriela Sued
Receso invernal.


Trabajo práctico: “Descripciones sobre la casa diseñada en Proyecto I”

Según lo conversado en clase, van a producir un trabajo práctico que conste de tres descripciones sobre la casa producida en Proyecto I durante el primer trimestre.
El trabajo puede ser individual o en parejas, respetando las parejas que trabajaron en el proyecto de la casa.
Tengan en cuenta que es un ejercicio, y que pueden incorporar elementos que no sean completamente reales, aunque sí verosímiles. Por ejemplo: pueden ubicar a la casa en un barrio específico, aunque cuando la hayan proyectado no hayan pensado en una ubicación precisa.

· Tienen que producir tres textos, de acuerdo a las siguientes pautas:

a. Una descripción objetiva y técnica. Tener en cuenta el modelo espacial que analizamos en clase, los modelos de descripciones técnicas leídos en diferentes suplementos de arquitectura, y la bibliografía sobre descripciones que trabajamos durante el primer trimestre. Mínimo: 40 líneas.
b. Una descripción procesual. Aquí deben dar cuenta del proceso de proyección de la casa, desde el principio hasta el final. Debe tener un orden cronológico y por eso tienen que usar conectores de tiempo: En principio, comenzamos por, a continuación, luego de, finalmente, etc. Mínimo: 25 líneas.
c. Una descripción subjetiva. Es un tipo de descripción más libre que las anteriores, donde pueden proyectar lo que particularmente les gusta o no de sus diseños, sus proyecciones hacia un futuro posible sobre la casa ¿quién la habitaría? ¿Cómo la usarían sus posibles habitantes? ¿qué ventajas o desventajas podrían encontrarles? Mínimo 15 líneas.
· Tengan en cuenta que tienen que producir tres textos. Las preguntas que les puse son para orientarlos en la escritura, no son para ser contestadas como una guía.
· Pueden incluir imágenes del proyecto y trabajar en relación a ellas. Por ejemplo: “como se observa en el plano 1, la planta etc, etc…”

Fecha de entrega: Jueves 6 de agosto. Se baja un punto por semana de retraso, como siempre.
Gaby.huergo@gmail.com

Quinto bachiller. Actividades para el receso invernal

Curso: Quinto bachiller
Materia: Literatura Argentina
Profesora: Gabriela Sued
Gaby.huergo@gmail.com

Actividades para el receso invernal.

1. Lectura de la novela “El túnel”, de Ernesto Sábato.
Publicada en 1948, narra la historia de un amor apasionado y trágico., para muchos, aún para Sa´bato mismo, la novela representa el hacer y el sentir de un modelo de hombre propio de la filosofía existencialista. El existencialismo es una corriente filosófica que tiene sus inicios posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, siendo el escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre su figura central. Les propongo que lean estos pequeños textos sobre el existencialismo y piensen algunas relaciones con los personajes de El Túnel.
Una definición de existencialismo es una filosofía que da énfasis a la singularidad y aislamiento de la experiencia del individuo en un universo hostil o indiferente, existencia humana como inexplicable, y responsabilidad por las consecuencias de sus actos (diccionario Merriam-Webster p.215, citado por el mismo Sábato)
La posibilidad y la libertadUn concepto central dentro del existencialismo es el de posibilidad. Este se identifica con la libertad puesto que soy libre porque posee posibilidades y gracias a ello es que me hago a mí mismo. La angustiaNo solo la razón descubre la realidad, sentimientos básicos como la angustia nos hacen experimentar mejor lo que es la existencia. Kierkegarrd se refiere a esta sensación y la distingue del temor porque a difierencia de este, la angustia no posee un objeto definido y nace justamente de las posiblidades sin garantías que ofrece la existencia. 'La nausea' de Sartre refiere a lo absurdo del existir, todo es contingente y no hay nada que pueda explicar la existencia.
Otras cuestiones a pensar son: cuál es el punto de vista que aparece en la novela, cuál es el lugar de la mujer respecto de ese punto de vista, ¿es posible salir de la soledad y la angustia a la que el mundo condena al hombre? ¿Podemos pensar algunos aspectos en que El Túnel siga vigente en la actualidad, o responde sólo a un momento ya pasado del pensamiento filosófico?
En este link pueden encontrar un enlace para bajar el texto completo, aunque hay ediciones que son muy baratas. http://www.taringa.net/posts/info/914672/Ernesto-S%C3%A1bato---El-t%C3%BAnel-(_doc;-_pdf;-audiolibro)---Sobre.html
2. Lectura de los cuentos “Casa Tomada”, “La noche boca arriba” y “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar.
A lo mejor, ya leyeron “Casa Tomada” en otra oportunidad, si es así pueden empezar por “La noche…”,y sino, primero lean “Casa Tomada”.
En Cortázar hay dos cosas a tener en cuenta: Cortázar no es un escritor realista ni quiere serlo. Su dominio es la literatura fantástica y como lectores aceptamos, o no, esa propuesta. En segundo lugar, como movimiento borgeano, el fantástico se manifiesta como una fragmentación de espacios y tiempos. Fíjense que en los tres cuentos que van a leer, el espacio siempre se fragmenta en dos, y el fantástico se da como un pasaje de un espacio a otro.
Sobre “Las babas del diablo”, es un cuento un tanto complicado, pero, a mi entender, muy bello. Si no lo entienden completamente, lo charlaremos en clase.
Quiero contarles que existe una película “de culto” sobre ese cuento. Se llama “Blow up” , y es del italiano Michelangelo Antonioni. Se filmó en 1966!, y como fue hecha en pleno auge de la estética pop, si la vemos hoy nos parece completamente moderna. El fotógrafo chileno de Cortázar es aquí un fotógrafo “fashion”, de moda, es muy interesante ver la estética pop de las modelos y la ropa y los peinados que usan.
Ambienta el cuento de Cortázar en Londres, aunque no respeta completamente la historia. Les recomiendo que la vean si tienen un video club con buenas películas a mano. Hay también extractos en You Tube (pongan Blow Up Antonioni) pero están en inglés.
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2823.html

Nota: las pautas que doy, así como las preguntas que hago, no son para elaborar por escrito, sino para ir pensándolas a medida que leen y cerremos los temas en clase a nuestro regreso.
Felices vacaciones y cuídense mucho mucho.

Segundo Primera. Actividades para el receso de invierno

Curso: Segundo Primera
Materia: Lengua
Profesora: Gabriela Sued

Actividad Nro. 1 Lectura de las novelas de Conan Doyle

Para quienes eligieron “El sabueso de los Baskerville”

1. En clase estuvimos conversando y leyendo los primeros capítulos sobre la novela que tiene como protagonista a Sherlock Holmes. Lean en nuestro blog un texto introductorio sobre la novela, y ver algunos videos sobre diferentes imágenes de Sherlock Holmes
2. Lean la novela completa, y contesten las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál es el enigma que tiene que resolver Holmes en esta oportunidad?
2. ¿Qué cree el doctor Mortimer sobre este misterio?
3. El método que utilizan Holmes para sus investigaciones se llama deductivo. Localicen en la novela algunos párrafos donde Holmes utilice este método para develar pistas.
4. Lean la siguiente definición de “novela”, y apliquen todas sus características a “El sabueso de los Baskerville”
La forma novela pertenece, al igual que los cuentos, al género narrativo, ya que tanto en una como en otros se cuenta una historia. La diferencia radica en su extensión. Una novela es mucho más extensa que un cuento. Asimismo, la extensión brinda a la novela posibilidades diferentes a la del cuento: puede haber una historia principal y una o varias secundarias, mayor detalle en la descripción de los ambientes en los que transcurre la historia, y un mayor detenimiento en la descripción, la psicología y el pasado de sus personajes.

5. El siguiente documental http://textoshuergo.blogspot.com/2009/07/el-verdadero-holmes-documental.html aporta información acerca de la época victoriana y el personaje sobre el que Conan Doyle se basó para crear a Sherlock Holmes. Veánlo y escriban un breve texto señalando la idea central del documental, los personajes que allí aparecen y las características de la Inglaterra de fines del siglo XIX.
Para quienes eligieron “Estudio en escarlata”
1. En clase estuvimos conversando y leyendo los primeros capítulos sobre la novela que tiene como protagonista a Sherlock Holmes. Lean en nuestro blog un texto introductorio sobre la novela, y ver algunos videos sobre diferentes imágenes de Sherlock Holmes
2. Lean la novela completa, y contesten las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál es el enigma que tiene que resolver Holmes en esta oportunidad?
2. El método que utilizan Holmes para sus investigaciones se llama deductivo. Localicen en la novela algunos párrafos donde Holmes utilice este método para develar pistas.
3. ¿Cuál es el papel que cumplen Lestrade y Gregson en la novela?
4. Lean la siguiente definición de “novela”, y apliquen todas sus características a “Estudio en escarlata”
La forma novela pertenece, al igual que los cuentos, al género narrativo, ya que tanto en una como en otros se cuenta una historia. La diferencia radica en su extensión. Una novela es mucho más extensa que un cuento. Asimismo, la extensión brinda a la novela posibilidades diferentes a la del cuento: puede haber una historia principal y una o varias secundarias, mayor detalle en la descripción de los ambientes en los que transcurre la historia, y un mayor detenimiento en la descripción, la psicología y el pasado de sus personajes.

5. El siguiente documental http://textoshuergo.blogspot.com/2009/07/el-verdadero-holmes-documental.html aporta información acerca de la época victoriana y el personaje sobre el que Conan Doyle se basó para crear a Sherlock Holmes. Veánlo y escriban un breve texto señalando la idea central del documental, los personajes que allí aparecen y las características de la Inglaterra de fines del siglo XIX.


Actividad Nro. 2 Van a realizar el trabajo práctico sobre el cuento “Esquina peligrosa”, de Marco Denevi, que se encuentra en la página 36 de nuestro libro de texto. Como lo tienen que entregar, háganlo en hoja aparte o fotocopien la hoja del libro para resolver consignas.

Segundo bachiller A. Actividades para el receso de invierno.

Curso: Segundo Bach “A”
Materia: Lengua
Profesora: Gabriela Sued

Actividad Nro. 1 “El sabueso de los Baskerville”, Arthur Conan Doyle.

1. En clase estuvimos conversando y leyendo los primeros capítulos sobre la novela que tiene como protagonista a Sherlock Holmes. Lean en nuestro blog un texto introductorio sobre la novela, y ver algunos videos sobre diferentes imágenes de Sherlock Holmes
2. Lean la novela completa, y contesten las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál es el enigma que tiene que resolver Holmes en esta oportunidad?
2. ¿Qué cree el doctor Mortimer sobre este misterio?
3. En el capítulo 4 “el Henry Baskerville”, se hace referencia a una carta que alguien envía a Henry Baskerville hecha con recortes de diario. Es allí que Holmes pone en práctica su “método deductivo”. ¿Pueden explicar en qué consiste dicho método, a partir de la lectura del capítulo?
4. Lean la siguiente definición de “novela”, y apliquen todas sus características a “El sabueso de los Baskerville”

La forma novela pertenece, al igual que los cuentos, al género narrativo, ya que tanto en una como en otros se cuenta una historia. La diferencia radica en su extensión. Una novela es mucho más extensa que un cuento. Asimismo, la extensión brinda a la novela posibilidades diferentes a la del cuento: puede haber una historia principal y una o varias secundarias, mayor detalle en la descripción de los ambientes en los que transcurre la historia, y un mayor detenimiento en la descripción, la psicología y el pasado de sus personajes.

5. El siguiente documental http://textoshuergo.blogspot.com/2009/07/el-verdadero-holmes-documental.html aporta información acerca de la época victoriana y el personaje sobre el que Conan Doyle se basó para crear a Sherlock Holmes. Veánlo y escriban un breve texto señalando la idea central del documental, los personajes que allí aparecen y las características de la Inglaterra de fines del siglo XIX.

Actividad Nro. 2 Van a realizar el trabajo práctico sobre el cuento “Esquina peligrosa”, de Marco Denevi, que se encuentra en la página 36 de nuestro libro de texto. Como lo tienen que entregar, háganlo en hoja aparte o fotocopien la hoja del libro para resolver consignas.

Los dos trabajos se entregan en forma presencial al regreso de las vacaciones de invierno.
Cuídense y disfruten Leyendo y viendo. A veces está bueno, ¡sobre todo cuando hace frío y es difícil salir de casa!

Primero bachiller B. Actividades para el receso de invierno

Curso: Primero bachiller “B”
Materia: Lengua
Profesora: Gabriela Sued
Actividades para el receso invernal.


Actividad Nro. 1 Trabajo práctico para primer año: Troya, entre la mitología y la historia.


La Historia
1. Indaguen en libros de Ciencias Sociales y construyan un texto informativo sobre la guerra de Troya, donde expliquen participantes, causas y tiempo histórico.
2. Busquen información sobre el arqueólogo H. Schliemann ¿Cuáles fueron sus grandes descubrimientos? ¿Qué relación hay entre esos descubrimientos y las historias mitológicas?
3. Averigüen el significado de las expresiones “presente griego”, “odisea”, “manzana de la discordia”, “talón de Aquiles”. ¿Cuál es el origen de esas expresiones? Construyan pequeños diálogos donde se usen estas expresiones.
La mitología
4. Lean el relato “Aquiles, el máximo héroe griego” y expliquen:
i. a qué se debe la expresión “La ira de Aquiles”.
ii. Por qué se lo llama “el máximo héroe griego”
iii. Cuáles son sus características como héroe
5. Lean “El caballo de Troya” y contesten las siguientes preguntas:
i. Identifiquen en el texto el origen mítico de la guerra de Troya.
ii. ¿Qué características del héroe pueden observarse en Odiseo? Justifiquen con fragmentos del texto.
iii. Identifiquen en el texto la función de la diosa Atenea.
6. Indaguen acerca de la relación entre “La Ilíada” y la guerra de Troya ¿Qué aspectos de la guerra se narran en el poema?

Pueden usar computadoras para escribir, pero no pueden copiar y pegar de Internet. Todas las respuestas deben estar escritas por ustedes.

Si usan computadoras, escriban siempre en letras Times New Roman, o Arial. Tamaño de letra, 12. Espacio: simple o línea y media.

Confeccionen una carátula para el trabajo, y entréguenlo junto con las consignas.

Cuiden la redacción, los signos de puntuación y las tildes.



Actividad Nro. 2 “El sabueso de los Baskerville”, Arthur Conan Doyle.

1. En clase estuvimos conversando y leyendo los primeros capítulos sobre la novela que tiene como protagonista a Sherlock Holmes. Lean en nuestro blog un texto introductorio sobre la novela, y ver algunos videos sobre diferentes imágenes de Sherlock Holmes

2. Lean la novela completa, y contesten las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál es el enigma que tiene que resolver Holmes en esta oportunidad?
2. ¿Qué cree el doctor Mortimer sobre este misterio?
3. En el capítulo 4 “el Henry Baskerville”, se hace referencia a una carta que alguien envía a Henry Baskerville hecha con recortes de diario. Es allí que Holmes pone en práctica su “método deductivo”. ¿Pueden explicar en qué consiste dicho método, a partir de la lectura del capítulo?
4. Lean la siguiente definición de “novela”, y apliquen todas sus características a “El sabueso de los Baskerville”

La forma novela pertenece, al igual que los cuentos, al género narrativo, ya que tanto en una como en otros se cuenta una historia. La diferencia radica en su extensión. Una novela es mucho más extensa que un cuento. Asimismo, la extensión brinda a la novela posibilidades diferentes a la del cuento: puede haber una historia principal y una o varias secundarias, mayor detalle en la descripción de los ambientes en los que transcurre la historia, y un mayor detenimiento en la descripción, la psicología y el pasado de sus personajes.

5. El siguiente documental aporta información acerca de la época victoriana y el personaje sobre el que Conan Doyle se basó para crear a Sherlock Holmes. Veánlo y escriban un breve texto señalando la idea central del documental, los personajes que allí aparecen y las características de la Inglaterra de fines del siglo XIX.

Los dos trabajos se entregan en forma presencial al regreso de las vacaciones de invierno.
Cuídense y disfruten Leyendo y viendo. A veces está bueno, ¡sobre todo cuando hace frío y es difícil salir de casa!

El "verdadero" Holmes. Documental.

En YouTube! encontré este documental que cuenta cuáles fueron las fuentes en las que Conan Doylé basó la construcción de su personaje Sherlock Holmes. Véanlo.











domingo, 28 de junio de 2009

“Estudio en escarlata” y “El sabueso de los Baskerville”, dos novelas de Arthur Conan Doyle

En estas semanas comenzaremos a trabajar con estas dos novelas de Arthur Conan Doyle (Escocia, 1859, Inglaterra, 1930), protagonizadas por el célebre detective Sherlock Holmes. Ambas, pertenecientes al género policial de enigma, son un exponente de la novela victoriana, un tipo de novelas producidas en Inglaterra durante el reinado de la reina victoria. Pero, vayamos por partes. En esta publicación, que esperamos no sea muy larga, develamos varias incógnitas:

¿Qué es una novela?
¿Quién era Arthur Conan Doyle?
¿Qué características tiene el personaje de Sherlock Holmes, y su compañero Watson?
¿Qué son la época y la novela victoriana?

Empecemos entonces.

La novela.

La forma novela pertenece, al igual que los cuentos, al género narrativo, ya que tanto en una como en otros se cuenta una historia. La diferencia radica en su extensión. Una novela es mucho más extensa que un cuento. Asimismo, la extensión brinda a la novela posibilidades diferentes a la del cuento: puede haber una historia principal y una o varias secundarias, mayor detalle en la descripción de los ambientes en los que transcurre la historia, y un mayor detenimiento en la descripción, la psicología y el pasado l de sus personajes. Se ruega no confundir cuento por novela, y llamar a las cosas por su nombre (por lo cual, cuando me digan “Profe, me olvidé….”, digan “la novela”, y no “el cuento”, porque al olvido sumaremos el concepto).

Arthur Conan Doyle, un hombre multifunción.

Arthur Conan Doyle nació en Escocia, en 1859.Fue médico de profesión y escritor por vocación y pasión. En realidad, le iba mejor como escritor que como médico, así que dedicó más tiempo a escribir historias que a atender pacientes. Publicó sus historias, como era común en la época en diarios y revistas, por entregas semanales.
Además, le quedó tiempo para ser… jugador de rugby profesional, en un club de Inglaterra, y además arquero de uno de los primeros clubes del fútbol inglés.
También formó una familia. Se casó y tuvo dos hijos con su primera mujer, de quien quedó viudo. Se casó nuevamente y tuvo tres hijos más.
Arthur Conan Doyle es mundialmente conocido por haber dado vida al célebre detective Sherlock Holmes y su compañero Watson, a lo largo de cuatro novelas y 56 cuentos, `publicados mayormente por entregas semanales en la revista Strand. Pero no ha sido el único personaje memorable de don Arthur. También está el profesor Challenger, protagonista de un conjunto de novelas de ciencia ficción, entre la que se destaca El mundo perdido. Una versión de esta novela fue llevada al cine por Steven Spielberg, su famosa Jurassic Park.
En 1891, se mudó a Londres para practicar como oftalmólogo. En su biografía, aclaró que ningún paciente entró a su clínica. Por lo tanto, esto le dio más tiempo para escribir. En noviembre de ese año, le escribió a su madre que quería "matar a Sherlock Holmes, ya que estaba gastando su mente", a lo que su madre respondió: "la gente no lo va a tomar de buena manera". Entonces, de esta forma, decidió dedicarle más tiempo a cosas más "importantes", como sus novelas históricas.
En 1900, Gran Bretaña entró en una guerra de colonización con Sudáfrica, conocida como la Guerra de los Bóers. Y allá fue don Arthur, como médico voluntario. Pero además aprovechó el tiro y escribió un libro de historia muy importante, La guerra de los Bóers. Ese mismo año, se presentó como candidato para la Unión Liberal; a pesar de que era un candidato muy respetado, no fue elegido. Tras la Guerra de los Bóers escribió un artículo, La guerra en el sur de África: causas y desarrollo, justificando la participación de Gran Bretaña, que fue ampliamente traducido. En su opinión, fue esto lo que provocó que le nombraran Caballero del Imperio Británico en 1902 otorgándole el tratamiento de Sir.
Murió el 7 de julio de 1930 con 71 años de un ataque al corazón, en Inglaterra, después de haber vivido una vida que pudo haber sido de todo, menos aburrida.

Aquí un video de Conan Doyle. Está en inglés, pero al menos para que conozcan su rostro.




Sherlock Holmes y Watson

Arthur Conan Doyle comenzó con Sherlock Holmes en 1887 con su novela Estudio en Escarlata. Allí se relata cómo el Dr. Watson, médico como Conan Doyle, conoce a Sherlock Holmes, y se convierte en su compañero de investigaciones. Se publicó directamente como novela, no por entregas, luego de un año de haber sido escrita y tras el rechazo de algunas editoriales.
El sabueso de los Baskerville sí se publica en entregas, entre 1901 y 1902. Previamente, Holmes había “matado” a su personaje Holmes en una lucha contra el malvado Moriarty, en El problema final. Arthur se sentía esclavizado por Holmes y quería escribir otras cosas. A la vuelta de la guerra en Sudáfrica comenzó a escribir el sabueso de los Baskerville, pero se dio cuenta de que necesitaba un héroe para la novela y decidió rescatar a Holmes. Tuvo que salir a aclarar a su público que en ésta no aparecía Holmes “resucitado” sino que ésta era una historia sucedida antes de la muerte del detective.

El actor inglés Basil Rathbone fue el primero que prestó su rostro a Sherlock Holmes en el cine, aquí un video con algunas de imágenes de Rathbone caracterizado como Holmes





Pero hay una muy nueva versión de sherlock Holmes, cuyo estreno está previsto para fines de este año. Filmada por Guy Ritchie, parece que promete. Vean su tráiler.

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La época victoriana.

Se suele llamar época victoriana de Gran Bretaña al período de reinado de la Reina Victoria, entre 1837 y 1901. Ha sido un período de consolidación de la economía, la industrialización y el sistema colonial de Gran Bretaña
La reina Victoria tuvo el reinado más largo en la historia de los monarcas británicos, y los cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos que sucedieron durante su reinado fueron notables. Cuando Victoria ascendió al trono, Inglaterra era esencialmente agraria y rural; a su muerte, el país se encontraba altamente industrializado y estaba conectado por una red de ferrocarril en expansión.
Tal transición no fue suave, como tampoco estuvieron libres de incidentes las décadas anteriores. Las primeras décadas del reinado de Victoria fueron testigos de una serie de epidemias (con mayor impacto el tifus y el cólera), fallos en la producción de grano y colapsos económicos. Hubo disturbios por el derecho al voto y la derogación de las Leyes del Maíz, que habían sido creadas para proteger la agricultura inglesa durante las Guerras Napoleónicas al comienzo del siglo XIX.
Los descubrimientos de Charles Lyell y Charles Darwin comenzaron a cuestionar siglos de asunciones sobre el hombre y el mundo, sobre la ciencia y la historia, y, finalmente, sobre la religión y la filosofía. A medida que el país crecía, cada vez más conectado mediante la expansiva red de ferrocarril, las pequeñas comunidades, antes aisladas, quedaron expuestas y economías enteras se trasladaron a las ciudades, ahora más accesibles.
La combinación entre progreso y enfermedad no fue de fácil asimilación para la sociedad británica. Se vivía como una tensión entre opuestos, y se sospechaba que la consolidación económica y social podría verse amenazada por peligros externos (guerras) y externos (crímenes, asesinatos, inseguridad). Por ejemplo, En 1888, un asesino en serie conocido como Jack el Destripador asesinó y mutiló a varias prostitutas en las calles de Londres, generando una cobertura mundial por parte de la prensa e histeria. Los periódicos usaron las muertes para atraer la atención sobre la grave situación de los desempleados y para atacar a la policía y líderes políticos. El asesino nunca fue atrapado.
El ímpetu de la Revolución Industrial ya había ocurrido, pero fue durante este período que los efectos totales de la industrialización se hicieron sentir, liderando a la sociedad de masas del siglo XX. La Revolución llevó al aumento de ferrocarriles a través del país y grandes adelantos en ingeniería, los más famosos dados por el ingeniero Isambard Kingdom Brunel. Otro gran adelanto de ingeniería de la Era Victoriana fue el sistema de aguas residuales en Londres. Fue diseñado por Joseph Bazalgette en 1858. Él propuso crear 82.000 aguas residuales conectadas con más de 1.000.000 de alcantarillas. Se encontraron muchos problemas, pero las aguas residuales se completaron. Después de esto, Bazalgette diseñó el Thames Embankment el cual contenía alcantarillas, tuberías de agua y el London Underground. Durante este mismo período, la red de suministro de agua de Londres se expandió y se mejoró, y la reserva de gas para la luz y el calor se introdujo en los años 1880.
Durante la Era Victoriana, la ciencia creció hacia la disciplina que es hoy en día. Además del incremento del profesionalismo de la ciencia universitaria, muchos caballeros victorianos dedicaban su tiempo en el estudio de la historia natural. La fotografía se realizó en 1839 por Louis Daguerre en Francia y William Fox Talbot en Inglaterra. Hacia 1900, estaban disponibles las cámaras portátiles.
Aunque inicialmente llegó en los primeros años del siglo XIX, la luz a gas se difundió durante la Era Victoriana en industrias, hogares, edificios públicos y calles. La invención del gas incandescente, en los años 1890, mejoró la producción de luz y aseguró su supervivencia en los años '60s. Miles de máquinas de gas se construyeron en las ciudades de todo el país. En 1882, la luz eléctrica incandescente se introdujo en las calles de Londres, aunque tomó varios años para que fueran instaladas en todas partes.
La literatura victoriana.
La mayor parte de las novelas victorianas eran largas y prolijas, con lenguaje complicado, pero el rasgo predominante de la novela victoriana era su verosimilitud, esto es, su representación cercana a la vida social real de la época. Esta vida social estaba largamente informada por el desarrollo de la emergente clase media y las maneras y expectativas de esta clase, en oposición a las clases aristocráticas que dominaban épocas anteriores.
La mayor parte de las novelas de la época victoriana se escribían en forma de serial; esto es, en periódicos o revistas aparecía un capítulo por cada número (folletín). Así, la demanda era alta para cada nueva aparición de la novela para introducir un nuevo elemento, bien fuese un giro de la trama o un nuevo personaje, para mantener así el interés del lector. Durante este tiempo, a los autores se les pagaba por palabra, lo que acababa produciendo una prosa muy farragosa. En parte por esto, las novelas victorianas tienen numerosas tramas, y muchos personajes, que aparecen y desaparecen conforme dictan los acontecimientos.
Muchas de las novelas victorianas se han convertido en clásicos de la Literatura, pese al paso del tiempo (“clásicos” quiere decir que a pesar de ser viejitos, siguen siendo relatos muy apreciados y leídos aún en estos tiempos). Además de los relatos de Conan Doyle, forman parte de la literatura victoriana Drácula, de Bram Stocker, El extraño caso de Jekyll y Hyde y La isla del tesoro, de Stevenson, La máquina del tiempo, de George Orwell, El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, y tantas más…..

Algunas preguntas para vos

Contestá dejando un comentario (poné tu nombre, apellido y división)

1. ¿Cuál de las dos novelas elegiste y por qué?
2. ¿Habías leído alguna otra historia de Sherlock?
3. ¿Qué te interesa de las novelas de Holmes?

miércoles, 17 de junio de 2009

Selcción Cortazar Cuarto año

 

 

 

 

 

 

 

 

Julio Cortázar. Selección de cuentos.

 

La noche boca arriba.

Las babas del diablo.

 





   Julio Cortázar nació en Bruselas el 26 de Agosto de 1914, de padres argentinos. Llegó a la Argentina a los cuatro años. Paso la infancia en Bánfield, se graduó como maestro de escuela e inició estudios en la Universidad de Buenos Aires, los que debió abandonar por razones económicas. Trabajó en varios pueblos del interior del país. Enseñó en la Universidad de Cuyo y renunció a su cargo por desavenencias con el peronismo. En 1951 se alejó de nuestro país y desde entonces trabajó como traductor independiente de la Unesco, en París, viajando constantemente dentro y fuera de Europa. En 1938 publicó, con el seudónimo Julio Denis, el librito de sonetos ("muy mallarmeanos", dijo después el mismo) Presencia. En 1949 aparece su obra dramática Los reyes. Apenas dos años después, en 1951, publica Bestiario: ya surge el Cortázar deslumbrante por su fantasía y su revelación de mundos nuevos que irán enriqueciéndose en su obra futura: los inolvidables tomos de relatos, los libros que desbordan toda categoría genérica (poemas-cuentos-ensayos a la vez), las grandes novelas: Los premios (1960), Rayuela (1963), 62/Modelo para armar (1968), Libro de Manuel (1973). El refinamiento literario de Julio Cortázar, sus lecturas casi inabarcables, su incesante fervor por la causa social, hacen de él una figura de deslumbrante riqueza, constituída por pasiones a veces encontradas, pero siempre asumidas con él mismo, genuino ardor. Julio Cortazar murió en 1984 pero su paso por el mundo seguirá suscitando el fervor de quienes conocieron su vida y su obra.

Entre sus obras:

 

 

  • Bestiario (1951)
  • Final de Juego (1956)
  • Las armas secretas (1959)
  • Los premios (1960)
  • Historias de Cronopios y de Famas (1962)
  • Rayuela (1963)
  • Todos los fuegos el fuego (1966)
  • La vuelta al día en ochenta mundos (1967)
  • 62/Modelo para armar (1968)
  • Último round (1969)
  • Libro de Manuel (1973)
  • Octaedro (1974)
  • Alguien anda por ahí (1977)
  • Territorios (1978)
  • Un tal Lucas (1979)
  • Queremos tanto a Glenda (1980)
  • Deshoras (1982)
  • Nicaragua tan violentamente dulce (1983)
  • Los autonautas de la cosmopista (1983, escrito con Carol Dunlop)
  • Divertimento (1986)
  • El Examen (1986)
  • Diario de Andrés Fava (1995)

 

 

La noche boca arriba


Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

 

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
 Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. 

 Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. 

 La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerro los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. 

 Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. 

 Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. 

 Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. 

 -Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última a visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor, y quedarse. 

 Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, mas precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. 

 Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él, aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores. 

 

 Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. 
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. 

 Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. 

 Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. 

 Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el mas fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero como impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de su vida. 

 Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegados a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras. 

(Julio Cortázar, "Final del Juego", Ed. Sudamericana, Bs.As. 1993)


Las babas del diablo


Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.

Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella-la mujer rubia-y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy, esta Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo).

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio
roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.

Y ya que vamos a contarlo pongamos un poco de orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de noviembre, justo un mes atrás. Uno baja cinco pisos y ya está en el domingo, con un sol insospechado para noviembre en París, con muchísimas ganas de andar por ahí, de ver cosas, de sacar fotos (porque éramos fotógrafos, soy fotógrafo). Ya sé que lo más difícil va a ser encontrar la manera de contarlo, y no tengo miedo de repetirme. Va a ser difícil porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea lo que fuere.

Vamos a contarlo despacio, ya se irá viendo qué ocurre a medida que lo escribo. Si me sustituyen, si ya no sé qué decir, si se acaban las nubes y empieza alguna otra cosa (porque no puede ser que esto sea estar viendo continuamente nubes que pasan, y a veces una paloma), si algo de todo eso... Y después del «si», ¿qué voy a poner, cómo voy a clausurar correctamente la oración? Pero si empiezo a hacer preguntas no contaré nada; mejor contar, quizá contar sea como una respuesta, por lo menos para alguno que lo lea.

Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado a sus horas, salió del número 11 de la rue Monsieur LePrince el domingo 7 de noviembre del año en curso (ahora pasan dos más pequeñas, con los bordes plateados). Llevaba tres semanas trabajando en la versión al francés del tratado sobre recusaciones y recursos de José Norberto Allende, profesor en la Universidad de Santiago. Es raro que haya viento en París, y mucho menos un viento que en las esquinas se arremolinaba y subía castigando las viejas persianas de madera tras de las cuales sorprendidas señoras comentaban de diversas maneras la inestabilidad del tiempo en estos últimos años. Pero el sol estaba también ahí, cabalgando el viento y amigo de los gatos, por lo cual nada me impediría dar una vuelta por los muelles del Sena y sacar unas fotos de la Conserjería y la Sainte-Chapelle. Eran apenas las diez, y calculé que hacia las once tendría buena luz, la mejor posible en otoño; para perder tiempo derivé hasta la isla Saint&endash;Louis y me puse a andar por el Quai d'Anjou, miré un rato el hotel de Lauzun, me recité unos fragmentos de Apollinaire que siempre me vienen a la cabeza cuando paso delante del hotel de Lauzun (y eso que debería acordarme de otro poeta, pero Michel es un porfiado), y cuando de golpe cesó el viento y el sol se puso por lo menos dos veces más grande (quiero decir más tibio, pero en realidad es lo mismo), me senté en el parapeto y me sentí terriblemente feliz en la mañana del domingo.

Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier reporter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche. Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa (ahora pasa una gran nube casi negra), pero no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/25O. Ahora mismo (qué palabra, ahora, qué estúpida mentira) podía quedarme sentado en el pretil sobre el río, mirando pasar las pinazas negras y rojas, sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo. Y ya no soplaba viento.

Después seguí por el Quai de Bourbon hasta llegar a la punta de la isla, donde la íntima placita (íntima por pequeña y no por recatada, pues da todo el pecho al río y al cielo) me gusta y me regusta. No había más que una pareja y, claro, palomas; quizá alguna de las que ahora pasan por lo que estoy viendo. De un salto me instalé en el parapeto y me dejé envolver y atar por el sol, dándole la cara, las orejas, las dos manos (guardé los guantes en el bolsillo). No tenía ganas de sacar fotos, y encendí un cigarrillo por hacer algo; creo que en el momento en que acercaba el fósforo al tabaco vi por primera vez al muchachito.

Lo que había tomado por una pareja se parecía mucho más a un chico con su madre, aunque al mismo tiempo me daba cuenta de que no era un chico con su madre, de que era una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos de las plazas. Como no tenía nada que hacer me sobraba tiempo para preguntarme por qué el muchachito estaba tan nervioso, tan como un potrillo o una liebre, metiendo las manos en los bolsillos, sacando en seguida una y después la otra, pasándose los dedos por el pelo, cambiando de postura, y sobre todo por qué tenía miedo, pues eso se lo adivinaba en cada gesto, un miedo sofocado por la vergüenza, un impulso de echarse atrás que se advertía como si su cuerpo es tuviera al borde de la huida, con teniéndose en un último y lastimoso decoro.

Tan claro era todo eso, ahí a cinco metros-y estábamos solos contra el parapeto, en la punta de la isla-, que al principio el miedo del chico no me dejó ver bien a la mujer rubia. Ahora, pensándolo, la veo mucho mejor en ese primer momento en que le leí la cara (de golpe había girado como una veleta de cobre, y los ojos, los ojos estaban ahí), cuando comprendí vagamente lo que podía estar ocurriéndole al chico y me dije que valía la pena quedarse y mirar (el viento se llevaba las palabras, los apenas murmullos). Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía, en tanto que oler, o (pero Michel se bifurca fácilmente , no hay que dejarlo que declame a gusto). De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y. claro, todo esto es más bien difícil.

Del chico recuerdo la imagen antes que el verdadero cuerpo (esto se entenderá después), mientras que ahora estoy seguro que de la mujer recuerdo mucho mejor su cuerpo que su imagen. Era delgada y esbelta, dos palabras injustas para decir lo que era, y vestía un abrigo de piel casi negro, casi largo, casi hermoso. Todo el viento de esa mañana (ahora soplaba apenas, y no hacía frío) le había pasado por el pelo rubio que recortaba su cara blanca y sombría-dos palabras injustas-y dejaba al mundo de pie y horriblemente solo delante de sus ojos negros, sus ojos que caían sobre las cosas como dos águilas, dos saltos al vacío, dos ráfagas de fango verde. No describo nada, trato más bien de entender. Y he dicho dos ráfagas de fango verde.

Seamos justos, el chico estaba bastante bien vestido y llevaba unos guantes amarillos que yo hubiera jurado que eran de su hermano mayor, studiante de derecho o ciencias sociales; era gracioso ver los dedos de los guantes saliendo del bolsillo de la chaqueta. Largo rato no le vi la cara, apenas un perfil nada tonto- pájaro azorado, ángel de Fra Filippo, arroz con leche-y una espalda de adolescente que quiere hacer judo y que se ha peleado un par de veces por una idea o una hermana. Al filo de los catorce, quizá de los quince, se le adivinaba vestido y alimentado por sus padres, pero sin un centavo en el bolsillo, teniendo que deliberar con los camaradas antes de decidirse por un café, un coñac, un atado de cigarrillos. Andaría por las calles pensando en las condiscípulas, en lo bueno que sería ir al cine y ver la última película, o comprar novelas o corbatas o botellas de licor con etiquetas verdes y blancas. En su casa (su casa sería respetable, sería almuerzo a las doce y paisajes románticos en las paredes, con un oscuro recibimiento y un paragüero de caoba al lado de la puerta) llovería despacio el tiempo de estudiar, de ser la esperanza de mamá, de parecerse a papá, de escribir a la tía de Avignon. Por eso tanta calle, todo el río para él (pero sin un centavo) y la ciudad misteriosa de los quince años, con sus signos en las puertas, sus gatos estremecedores, el cartucho de papas fritas a treinta francos, la revista pornográfica doblada en cuatro, la soledad como un vacío en los bolsillos, los encuentros felices, el fervor por tanta cosa incomprendida pero iluminada por un amor total, por la disponibilidad parecida al viento y a las calles.

Esta biografía era la del chico y la de cualquier chico, pero a éste lo veía ahora aislado, vuelto único por la presencia de la mujer rubia que seguía hablándole. (Me cansa insistir, pero acaban de pasar dos largas nubes desflecadas. Pienso que aquella mañana no miré ni una sola vez el cielo, porque tan pronto presentí lo que pasaba con el chico y la mujer no pude más que mirarlos y esperar, mirarlos y...). Resumiendo, el chico estaba inquieto y se podía adivinar sin mucho trabajo lo que acababa de ocurrir pocos minutos antes, a lo sumo media hora. El chico había llegado hasta la punta de la isla, vio a la mujer y la encontró admirable. La mujer esperaba eso porque estaba ahí para esperar eso, o quizá el chico llegó antes y ella lo vio desde un balcón o desde un auto, y salió a su encuentro, provocando el diálogo con cualquier cosa, segura desde el comienzo de que él iba a tenerle miedo y a querer escaparse, y que naturalmente se quedaría, engallado y hosco, fingiendo la veteranía y el placer de la aventura. El resto era fácil porque estaba ocurriendo a cinco metros de mí y cualquiera hubiese podido medir las etapas del juego, la esgrima irrisoria; su mayor encanto no era su presente, sino la previsión del desenlace. El muchacho acabaría por pretextar una cita, una obligación cualquiera, y se alejaría tropezando y confundido, queriendo caminar con desenvoltura, desnudo bajo la mirada burlona que lo seguiría hasta el final. o bien se quedaría, fascinado o simplemente incapaz de tomar la iniciativa, y la mujer empezaría a acariciarle la cara, a despeinarlo, hablándole ya sin voz, y de pronto lo tomaría del brazo para llevárselo, a menos que él, con una desazón que quizá empezara a teñir el deseo, el riesgo de la aventura, se animase a pasarle el brazo por la cintura y a besarla. Todo esto podía ocurrir, pero aún no ocurría, y perversamente Michel esperaba, sentado en el pretil, aprontando casi sin darse cuenta la cámara para sacar una foto pintoresca en un rincón de la isla con una pareja nada común hablando y mirándose.

Curioso que la escena (la nada, casi: dos que están ahí, desigualmente jóvenes) tuviera como un aura inquietante. Pensé que eso lo ponía yo, y que mi foto, si la sacaba, restituiría las cosas a su tonta verdad. Me hubiera gustado saber qué pensaba el hombre del sombrero gris sentado al volante del auto detenido en el muelle que lleva a la pasarela, y que leía el diario o dormía. Acababa de descubrirlo porque la gente dentro de un auto detenido casi desaparece , se pierde en esa mísera jaula privada de la belleza que le dan el movimiento y el peligro. Y sin embargo el auto había estado ahí todo el tiempo, formando parte (o deformando esa parte) de la isla. Un auto: como decir un farol de alumbrado, un banco de plaza. Nunca el viento, la luz del sol, esas materias siempre nuevas para la piel y los ojos, y también el chico y la mujer, únicos, puestos ahí para alterar la isla, para mostrármela de otra manera. En fin, bien podía suceder que también el hombre del diario estuviera atento a lo que pasaba y sintiera como yo ese regusto maligno de toda expectativa. Ahora la mujer había girado suavemente hasta poner al muchachito entre ella y el parapeto, los veía casi de perfil y él era más alto, pero no mucho más alto, y sin embargo ella lo sobraba, parecía como cernida sobre él (su risa, de repente, un látigo de plumas), aplastándolo con sólo estar ahí, sonreír, pasear una mano por el aire. ¿Por qué esperar más? Con un diafragma dieciséis, con un encuadre donde no entrara el horrible auto negro, pero sí ese árbol, necesario para quebrar un espacio demasiado gris...

Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial. No tuve que esperar mucho. La mujer avanzaba en su tarea de maniatar suavemente al chico, de quitarle fibra a fibra sus últimos restos de libertad, en una lentísima tortura deliciosa. Imaginé los finales posibles (ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo), preví la llegada a la casa (un piso bajo probablemente, que ella saturaría de almohadones y de gatos) y sospeché el azoramiento del chico y su decisión desesperada de disimularlo y de dejarse llevar fingiendo que nada le era nuevo. Cerrando los ojos, si es que los cerré, puse en orden la escena, los besos burlones, la mujer rechazando con dulzura las manos que pretenderían desnudarla como en las novelas, en una cama que tendría un edredón lila, y obligándolo en cambio a dejarse quitar la ropa, verdaderamente madre e hijo bajo una luz amarilla de opalinas, y todo acabaría como siempre, quizá, pero quizá todo fuera de otro modo, y la iniciación del adolescente no pasara, no la dejaran pasar, de un largo proemio donde las torpezas, las caricias exasperantes, la carrera de las manos se resolviera quién sabe en qué, en un placer por separado y solitario, en una petulante negativa mezclada con el arte de fatigar y desconcertar tanta inocencia lastimada. Podía ser así, podía muy bien ser así; aquella mujer no buscaba un amante en el chico, y a la vez se lo adueñaba para un fin imposible de entender si no lo imaginaba como un juego cruel, deseo de desear sin satisfacción, de excitarse para algún otro, alguien que de ninguna manera podía ser ese chico.

Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales. Nada le gusta más que imaginar excepciones, individuos fuera de la especie, monstruos no siempre repugnantes. Pero esa mujer invitaba a la invención, dando quizá las claves suficientes para acertar con la verdad. Antes de que se fuera, y ahora que llenaría mi recuerdo durante muchos días, porque soy propenso a la rumia, decidí no perder un momento más. Metí todo en el visor (con el árbol, el pretil, el sol de las once) y tomé la foto. A tiempo para comprender que los dos se habían dado cuenta y que me estaban mirando, el chico sorprendido y como interrogante, pero ella irritada, resueltamente hostiles su cuerpo y su cara que se sabían robados, ignominiosamente presos en una pequeña imagen química.

Lo podría contar con mucho detalle, pero no vale la pena. La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase. Por mi parte se me importaba muy poco darle o no el rollo de película, pero cualquiera que me conozca sabe que las cosas hay que pedírmelas por las buenas. El resultado es que me limité a formular la opinión de que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos, sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado. Y mientras se lo decía gozaba socarronamente de cómo el chico se replegaba, se iba quedando atrás-con sólo no moverse-y de golpe (parecía casi increíble) se volvía y echaba a correr, creyendo el pobre que caminaba y en realidad huyendo a la carrera, pasando al lado del auto, perdiéndose como un hilo de la Virgen en el aire de la mañana.

Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo, y Michel tuvo que aguantar minuciosas imprecaciones, oírse llamar entrometido e imbécil, mientras se esmeraba deliberadamente en sonreír y declinar, con simples movimientos de cabeza, tanto envío barato. Cuando empezaba a cansarme, oí golpear la portezuela de un auto. El hombre del sombrero gris estaba ahí, mirándonos. Sólo entonces comprendí que jugaba un papel en la comedia.

Empezó a caminar hacia nosotros, llevando en la mano el diario que había pretendido leer. De lo que mejor me acuerdo es de la mueca que le ladeaba la boca, le cubría la cara de arrugas, algo cambiaba de lugar y forma porque la boca le temblaba y la mueca iba de un lado a otro de los labios como una cosa independiente y viva, ajena a la voluntad. Pero todo el resto era fijo, payaso enharinado u hombre sin sangre, con la piel apagada y seca, los ojos metidos en lo hondo y los agujeros de la nariz negros y visibles, más negros que las cejas o el pelo o la corbata negra. Caminaba cautelosamente, como si el pavimento le lastimara los pies; le vi zapatos de charol, de suela tan delgada que debía acusar cada aspereza de la calle. No sé por qué me había bajado del pretil, no sé bien por qué decidí no darles la foto, negarme a esa exigencia en la que adivinaba miedo y cobardía. El payaso y la mujer se consultaban en silencio: hacíamos un perfecto triángulo insoportable, algo que tenía que romperse con un chasquido. Me les reí en la cara y eché a andar, supongo que un poco más despacio que el chico. A la altura de las primeras casas, del lado de la pasarela de hierro, me volví a mirarlos. No se movían, pero el hombre había dejado caer el diario; me pareció que la mujer, de espaldas al parapeto, paseaba las manos por la piedra, con el clásico y absurdo gesto del acosado que busca la salida.

Lo que sigue ocurrió aquí, casi ahora mismo, en una habitación de un quinto piso. Pasaron varios días antes de que Michel revelara las fotos del domingo; sus tomas de la Conserjería y de la Sainte&endash;Chapelle eran lo que debían ser. Encontró dos o tres enfoques de prueba ya olvidados, una mala tentativa de atrapar un gato asombrosamente encaramado en el techo de un mingitorio callejero, y también la foto de la mujer rubia y el adolescente. El negativo era tan bueno que preparó una ampliación; la ampliación era tan buena que hizo otra mucho más grande, casi como un afiche. No se le ocurrió (ahora se lo pregunta y se lo pregunta) que sólo las fotos de la Conserjería merecían tanto trabajo. De toda la serie, la instantánea en la punta de la isla era la única que le interesaba; fijó la ampliación en una pared del cuarto, y el primer día estuvo un rato mirándola y acordándose, en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo frente a la perdida realidad; recuerdo petrificado, como toda foto, donde nada faltaba, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena. Estaba la mujer, estaba el chico, rígido el árbol sobre sus cabezas, el cielo tan fijo como las piedras del parapeto, nubes y piedras confundidas en una sola materia inseparable (ahora pasa una con bordes afilados, corre como en una cabeza de tormenta). Los dos primeros días acepté lo que había hecho, desde la foto en sí hasta la ampliación en la pared, y no me pregunté siquiera por qué interrumpía a cada rato la traducción del tratado de José Norberto Allende para reencontrar la cara de la mujer, las manchas oscuras en el pretil. La primera sorpresa fue estúpida; nunca se me había ocurrido pensar que cuando miramos una foto de frente, los ojos repiten exactamente .la posición y la visión del objetivo; son esas cosas que se dan por sentadas y que a nadie se le ocurre considerar. Desde mi silla, con la máquina de escribir por delante, miraba la foto ahí a tres metros, y entonces se me ocurrió que me había instalado exactamente. en el punto de mira del objetivo. Estaba muy bien así; sin duda era la manera más perfecta de apreciar una foto, aunque la visión en diagonal pudiera tener sus encantos y aun sus descubrimientos. Cada tantos minutos, por ejemplo cuando no encontraba la manera de decir en buen francés lo que José Alberto Allende decía en tan buen español, alzaba los ojos y miraba la foto; a veces me atraía la mujer, a veces el chico, a veces el pavimento donde una hoja seca se había situado admirablemente para valorizar un sector lateral. Entonces descansaba un rato de mi trabajo, y me incluía otra vez con gusto en aquella mañana que empapaba la foto, recordaba irónicamente la imagen colérica de la mujer reclamándome la fotografía, la fuga ridícula y patética del chico, la entrada en escena del hombre de la cara blanca. En el fondo estaba satisfecho de mí mismo; mi partida no había sido demasiado brillante, pues si a los franceses les ha sido dado el don de la pronta respuesta, no veía bien por qué había optado por irme sin una acabada demostración de privilegios, prerrogativas y derechos ciudadanos. Lo importante, lo verdaderamente importante era haber ayudado al chico a escapar a tiempo (esto en caso de que mis teorías fueran exactas, lo que no estaba suficientemente probado, pero la fuga en sí parecía demostrarlo). De puro entrometido le había dado oportunidad de aprovechar al fin su miedo para algo útil; ahora estaría arrepentido, menoscabado, sintiéndose poco hombre. Mejor era eso que la compañía de una mujer capaz de mirar como lo miraban en la isla; Michel es puritano a ratos, cree que no se debe corromper por la fuerza. En el fondo, aquella foto había sido una buena acción.

No por buena acción la miraba entre párrafo y párrafo de mi trabajo. En ese momento no sabía por qué la miraba, por qué había fijado la ampliación en la pared; quizá ocurra así con todos los actos fatales, y sea ésa la condición de su cumplimiento. Creo que el temblor casi furtivo de las hojas del árbol no me alarmó, que seguí una frase empezada y la terminé redonda. Las costumbres son como grandes herbarios, al fin y al cabo una ampliación de ochenta por sesenta se parece a una pantalla donde proyectan cine, donde en la punta de una isla una mujer habla con un chico y un árbol agita unas hojas secas sobre sus cabezas.

Pero las manos ya eran demasiado. Acababa de escribir: Donc, la seconde clé réside dans la nature intrinsèque des difficultés que les sociétés-y vi la mano de la mujer que empezaba a cerrarse despacio, dedo por dedo. De mí no quedó nada, una frase en francés que jamás habrá de terminarse, una máquina de escribir que cae al suelo, una silla que chirría y tiembla, una niebla. El chico había agachado la cabeza, como los boxeadores cuando no pueden más y esperan el golpe de desgracia; se había alzado el cuello del sobretodo, parecía más que nunca un prisionero, la perfecta víctima que ayuda a la catástrofe. Ahora la mujer le hablaba al oído, y la mano se abría otra vez para posarse en su mejilla, acariciarla y acariciarla, quemándola sin prisa. El chico estaba menos azorado que receloso, una o dos veces atisbó por sobre el hombro de la mujer y ella seguía hablando, explicando algo que lo hacía mirar a cada momento hacia la zona donde Michel sabía muy bien que estaba el auto con el hombre del sombrero gris, cuidadosamente descartado en la fotografía pero reflejándose en los ojos del chico y (cómo dudarlo ahora) en las palabras de la mujer, en las manos de la mujer, en la presencia vicaria de la mujer. Cuando vi venir al hombre, detenerse cerca de ellos y mirarlos, las manos en los bolsillos y un aire entre hastiado y exigente, patrón que va a silbar a su perro después de los retozos en la plaza, comprendí, si eso era comprender, lo que tenía que pasar, lo que tenía que haber pasado, lo que hubiera tenido que pasar en ese momento, entre esa gente, ahí donde yo había llegado a trastrocar un orden, inocentemente inmiscuido en eso que no había pasado pero que ahora iba a pasar, ahora se iba a cumplir. Y lo que entonces había imaginado era mucho menos horrible que la realidad, esa mujer que no estaba ahí por ella misma, no acariciaba ni proponía ni alentaba para su placer, para llevarse al ángel despeinado y jugar con su terror y su gracia deseosa. El verdadero amo esperaba, sonriendo petulante, seguro ya de la obra; no era el primero que mandaba a una mujer a la vanguardia, a traerle los prisioneros maniatados con flores. El resto sería tan simple, el auto, una casa cualquiera, las bebidas, las láminas excitantes, las lágrimas demasiado tarde, el despertar en el infierno. Y yo no podía hacer nada, esta vez no podía hacer absolutamente nada. Mi fuerza había sido una fotografía, ésa, ahí, donde se vengaban de mí mostrándome sin disimulo lo que iba a suceder. La foto había sido tomada, el tiempo había corrido; estábamos tan lejos unos de otros, la corrupción seguramente consumada, las lágrimas vertidas, y el resto conjetura y tristeza. De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer y ese hombre y ese niño, de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención. Me tiraban a la cara la burla más horrible, la de decidir frente a mi impotencia, la de que el chico mirara otra vez al payaso enharinado y yo comprendiera que iba a aceptar, que la propuesta contenía dinero o engaño, y que no podía gritarle que huyera, o simplemente facilitarle otra vez el camino con una nueva foto, una pequeña y casi humilde intervención que desbaratara el andamiaje de baba y de perfume. Todo iba a resolverse allí mismo, en ese instante; había como un inmenso silencio que no tenía nada que ver con el silencio físico. Aquello se tendía, se armaba. Creo que grité, que grité terriblemente, y que en ese mismo segundo supe que empezaba a acercarme, diez centímetros, un paso, otro paso, el árbol giraba cadenciosamente sus ramas en primer plano, una mancha del pretil salía del cuadro, la cara de la mujer, vuelta hacia mí como sorprendida, iba creciendo, y entonces giré un poco, quiero decir que la cámara giró un poco, y sin perder de vista a la mujer empezó a acercarse al hombre que me miraba con los agujeros negros que tenía en el sitio de los ojos, entre sorprendido y rabioso miraba queriendo clavarme en el aire, y en ese instante alcancé a ver como un gran pájaro fuera de foco que pasaba de un solo vuelo delante de la imagen, y me apoyé en la pared de mi cuarto y fui feliz porque el chico acababa de escaparse, lo veía corriendo, otra vez en foco, huyendo con todo el pelo al viento, aprendiendo por fin a volar sobre la isla, a llegar a la pasarela, a volverse a la ciudad. Por segunda vez se les iba, por segunda vez yo lo ayudaba a escaparse, lo devolvía a su paraíso precario. Jadeando me quedé frente a ellos; no había necesidad de avanzar más, el juego estaba jugado. De la mujer se veía apenas un hombro y algo de pelo, brutalmente cortado por el cuadro de la imagen; pero de frente estaba el hombre, entreabierta la boca donde veía temblar una lengua negra, y levantaba lentamente las manos, acercándolas al primer plano, un instante aún en perfecto foco, y después todo él un bulto que borraba la isla, el árbol, y yo cerré los ojos y no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota.

Ahora pasa una gran nube blanca, como todos estos días, todo este tiempo incontable. Lo que queda por decir es siempre una nube, dos nubes, o largas horas de cielo perfectamente limpio, rectángulo purísimo clavado con alfileres en la pared de mi cuarto. Fue lo que vi al abrir los ojos y secármelos con los dedos: el cielo limpio, y después una nube que entraba por la izquierda, paseaba lentamente su gracia y se perdía por la derecha. Y luego otra, y a veces en cambio todo se pone gris, todo es una enorme nube, y de pronto restallan las salpicaduras de la lluvia, largo rato se ve llover sobre la imagen, como un llanto al revés, y poco a poco el cuadro se aclara, quizá sale el sol, y otra vez entran las nubes, de a dos, de a tres. Y las palomas, a veces, y uno que otro gorrión.

 


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