domingo, 26 de abril de 2009

Cuentos para el trabajo práctico de segundo año

CIGARRILLO A ESCONDIDAS
Juan José Hernández

Quizá llegó con el último bostezo de la siesta, o con el perfume de los naranjos florecidos en la vereda, pero allí estaba el Enano fumando en su pipa de barro cocido. Sonreía y echaba ligeras espirales de humo por sus orejas puntiagudas. El chico se había sentado en la mecedora del patio para ordenar su colección de figuritas Maravillas del Mundo.
Siesta: prohibido hacer ruidos; los mayores duermen.
Debía pues resignarse a juegos silenciosos, como clasificar figuritas, o insectos disecados, llaves antiguas, anillos y amuletos de hueso, o mirar con una lupa el mapa secreto que lo conduciría al cementerio de lo elefantes.
El Enano no se parecía a los del libro de lecturas. Más bien tenía la cara de su amigo Pablo, que vivía enfrente de su casa y lo acompañaba, a menudo, en sus excursiones a una acequia que corría detrás de un terraplén del ferrocarril. Allí, en una piragua, ambos habían remontado hacía poco un afluente del Amazonas, repleto de caimanes.
El chico vio al Enano que fumaba, y se asustó. Dijo en voz baja, como si rezara: Los enanos viven en el bosque. Hacen sus casas bajo la sombrilla de los grandes hongos. A veces recorren los senderos del bosque montados en ratas amaestradas. Roban carreteles vacíos y lápices de colores. Cuando cumplí cuatro años, comieron el soldado de chocolate que mi tía me había traído de regalo. Los enanos no tienen madre. Aparecen después de una tormenta de verano; duermen de día y por la noche, si hay luna llena, bailan tomados de las manos.¿Por qué el enano fuma sin parar?. El tabaco hace mal, mucho mal. Esta mañana casi vomité cuando Pablo me convidó una pitada. Estábamos solos. Había un paquete de cigarrillos sobre la mesa de luz del dormitorio. Pablo, puede venir alguien y sorprendernos. Se burló porque yo tenía miedo. Los chicos que fuman no crecen. Así dicen. No crecen más. Qué importa, trabajaremos en un parque de diversiones o en un circo. El Enano que fuma por la siesta, como nosotros, Pablo.
Estaba a punto de llorar, pero despertó cuando la gata saltó sobre la mesa y desparramó las figuritas en el piso de baldosas. El Enano despareció. Por un momento, en el aire calcinado de la siesta, quedó flotando un ancho anillo mágico de humo.

LOS BOMBEROS
Mario Benedetti

Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: "Mañana va a llover". Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: "El martes saldrá el 57 a la cabeza". Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.
Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: "Es posible que mi casa se esté quemando".
Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: "Es casi seguro que mi casa se esté quemando". Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.
Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos.

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