domingo, 26 de abril de 2009

Mi gran jugada

por Ana Otero

Hacía quince largos años que vivía en el sufrimiento de tener que vivir con mi tío. Quince años aguantando sus críticas, opiniones y órdenes.
Llego un punto en el cual no aguante mas, y fue aquella noche de abril, que, luego de que Matilde me lanzara ese ultimátum sobre mi tío o ella, mi mente comenzó a asociar todo de un modo diferente, nuevo para mi. Comencé a ser avaricioso, a ver el mundo de un modo del modo en el que lo ven los ladrones que no tienen para vivir, esos que cuando te roban te preguntas por que lo hacen, sin darte cuenta que es el único medio por el cual pueden sobrevivir.
Salí de mi habitación con una firme convicción, pero mientras pasaba las escaleras, me encontré con nada menos que Claudio, aquel que siempre me hacia quedar mal, quien siempre tenia el crédito en todo, y el favorito del maldito viejo desde que había empezado a estudiar en la Facultad y a jugar con él sus interminables partidas de ajedrez. Era un problema, eso era cierto, ¿Cómo podía esconder esta revolución que se había formado en mi interior? Entonces recordé que toda mi vida había sido solo el pobre Guillermo, y todas las decepciones que había tenido en mi vida, y me encogí, adoptando una postura de quien esta rendido y agonizante. Quizás fue demasiado agonizante, ya que antes de descender por completo me miro y me pregunto.
-¿Que te pasa?- Pregunto con una voz mas feliz que de costumbre. Seguro el viejo le había dado dinero para apostar y jugar sus vicios.
Para responderle, recordé aquello que me fastidiaba, pero nunca revelando todo mi enojo, que era demasiado para mi papel del “pobre Guillermo”, y que le revelaría la evolución que me había sucedido por culpa de encontrarme en un callejón sin salida.
-¡Estoy harto!- medio grité.
-¡Vamos!- dijo palmeándome la espalda como si estuviera intentan consolarme.
-Es que el viejo me enloquece.-entonces deje salir todo lo que bullía en mi interior, pero sin parecer enojado, solo desesperado- Últimamente, desde que volviste a la Facultad y le llevas la corriente con el ajedrez, se la toma conmigo. Y Matilde…
-¿Qué sucede con Matilde?- pregunto con un aire que parecía preocupado, pero no lo suficiente para que me convenciera de que se interesaba de verdad. Sólo estaba actuando.
-Matilde me lanzó un ultimátum: o ella, o tío.- le confesé dolorido.
-Opta por ella. Es fácil elegir. Es lo que yo haría...- Para quedarte todo el dinero, claro.
-¿Y lo otro?- le pregunte de forma casual, como si no hubiera pensado de verdad en eso, y fuera una pregunta peregrina. Lo mire con una cara que delataba mi miedo a no poder mantenerme, casi desesperado -Yo lo haría –le dije como si no fuera obvio-; pero, ¿con qué viviríamos? Ya sabes como es el viejo... Duro, implacable. ¡Me cortaría los víveres!
-Tal vez las cosas se arreglen de otra manera... –me dijo como si se hubiera dado cuenta de mi plan y me estuviera tentando a hacerlo- ¡Quién te dice!
-¡Bah!... –conteste como si no me hubiera dado cuenta- No hay escapatoria. Pero yo hablaré con el viejo sátiro. ¿Dónde está ahora?
No se porque, pero la cara de Claudio paso a ponerse pálida y sudorosa, como si estuviera nervioso, o asustado, como si estuviera ocultando algo cuando hice esa insignificante pregunta. ¿Sería acaso que se había dado cuenta de mis intensiones y temía por el viejo? No lo creo. Nunca le había tenido mas afecto que yo a ese pobre desgraciado, y tampoco creo que se halla dado cuenta de mis intenciones, ya que nunca me creería capaz de semejante acto.
-Está en la biblioteca –me gritó prácticamente-; pero déjalo en paz. Acaba de jugar la partida de ajedrez, y despachó a la servidumbre. ¡El lobo quiere estar solo en la madriguera! Consuélate en un cine o en un bar.
Dijo esto ultimo con voz mas baja, pero aun alterada. No entendía su nerviosismo, pero en esa frase había algo que puso en marcha un nuevo plan en mi mente, borrando el anterior.
-El lobo en la madriguera... –repetí. Me quedé en silencio, afinando mejor mi nuevo y mejorado plan- Lo veré en otro momento. Después de todo...
-Después de todo, no te animarías, ¿verdad? – volvió a gritarme, pero esta vez el enojo teñía su tono de voz.
Estuve muy cerca de revelarle mi plan, porque pensé que lo había adivinado, pero luego me serené, y lo mire con un odio intenso, como si su comentario me hubiera enojado.
Dio vuelta la cabeza y se marchó.
Perfecto. Ahora solo quedábamos el viejo y yo solos en la casa. Antes de dirigirme a la biblioteca, donde según me había indicado Claudio se encontraba aquel demonio, hice una visita a la habitación del mismo. Abrí la puerta temeroso y en silencio, por miedo a que hubiera decidido volver antes a acostarse. Metí la cabeza por la pequeña abertura que había abierto. En la habitación no había nadie. Fabuloso.
Aun así entré en puntas de pie, intentando hacer el menor ruido posible, y me dirigí hacia su mesita de luz de al lado de su cama. Me incline sobre ella y abrí el segundo cajón, donde mi tío siempre tenía guardada un arma, que había conseguido cuando estuvo en el ejercito, y se la había quedado por “seguridad”. Me reí para mis adentros por la ironía del asunto. El viejo moriría a causa de aquella misma arma que el había conservado para “protegerse”. La tomé y la guardé en el bolsillo de adentro de mi saco, luego tomando un gran trago de aire, partí hacia la biblioteca. Toqué una sola vez la puerta, con bastante fuerza, y escuché a través la madera maciza un débil asentimiento invitándome a entrar.
Abrí la puerta con un empujón que causo que se golpeara con la pared y rebotara, pero no lo suficiente para volver a cerrarse. Caminé lentamente hacia el sillón de mi tío, que estaba dándome la espalda. Lo di vuelta con un solo movimiento del brazo, el viejo me miro con los ojos desorbitados.
-¡Ahora vas a escuchar todos mis reproches viejo!- iba a soltarle todo antes de matarlo, no se iba a ir al infierno sin saber porque.- Esto es por todas esas veces que me prohibiste ser como soy, me dejaste de lado, me humillaste, me obligaste a ser invisible, casi arruinas mi vida, pero eso acabo. Ya escuchaste viejo loco, ¡se acabo todo!- y con una ultima mirada de odio le apunte el arma a la mitad frontal, me miro con una cara, en ese momento note que estaba muy pálido y como debilitado, quiso levantar la mano, pero le fallaron las fuerzas. Al fin y al cabo le estaba haciendo un favor, estaba con un pie en la tumba. Antes de meditarlo una vez más, antes de que pensara bien lo que estaba haciendo, disparé.
Cuando vi su cara de espanto, es arma en mis manos y la herida, me di cuenta de la gravedad de lo que había hecho. Abrí la ventana tanto como pude, casi hasta romperla, y luego arroje el arma. Miré desesperado a mi tío una vez más y luego salí corriendo hacia la puerta. La abrí y corrí como nunca, dejando todo atrás. Cuando salí de la casa fue la primera vez que me pregunte a donde ir, ¿huiría? ¿Llegaría a alguna parte antes de que me atraparan? Pero de pronto sonó en mi cabeza un tema más importante que los demás. Matilde. ¿Se lo confesaría, o dejaría que se enterara sola? Una oportunidad era que huyera conmigo, pero ¿Qué si no quería vivir con un asesino? Solo había una forma de saberlo. Partí corriendo hacia el garaje y tome el auto. Salí disparado hacia la casa de Matilde, pensando en como se lo iba a decir. Llegue a la casa mucho antes de lo pensado, salí del auto, y toque su puerta. Me atendió su madre, siempre tan atareada con las cosas de la casa que no noto mi cara de pánico. Me condujo hasta la habitación de Matilde, y entre sin llamar. Ella estaba recostada sobre su cama remendando una vieja colcha para el perro y se sobresalto mucho cuando me vio entrar hecho una furia.
-¿Qué te sucede, Guillermo, que entras de esta manera a mi habitación?
-Oh, querida mía, he cometido un error que me obliga a huir. No quiero que pienses en ese error, solo quiero que pienses cuanto es que me amas para aceptar huir conmigo sin importar la carga de mi atormentada mente.
Ella se quedo un minuto mirando a la nada pensando.
-Esta bien amor mío- dijo ella con una voz cargada de ansiedad- No me importa la gravedad de lo que hallas hecho, ya que te amo lo suficiente como para no cuestionar tus actos.
La mire con una increíble devoción. No podía tener tanta suerte de tenerla y que además no le importara lo que era.
Extendí mi mano hacia ella, y levantándose de la cama la tomo. Me observó con una absoluta y firme decisión en los ojos, luego tomo un poco de ropa y escribió una carta para su madre.
Salimos fuera de la casa rumbo a lo desconocido, confiados el uno en el otro.
Pero antes de que decidiéramos donde ir, o incluso nos lo planteáramos, un hombre de aspecto fornido interrumpió nuestra marcha.
-¿Es usted el señor Guillermo Álvarez?- dijo con una voz profunda.
-El mismo- respondí yo con sencillez sin darme cuenta de inmediato el error que estaba cometiendo.
-Tendrá que acompañarme, señor, ya que se lo necesita en su casa para resolver ciertas cuestiones.
-¿Qué clase de cuestiones?- dije yo elevando el tono de voz dos octavas más altas de lo común.
-No tengo permitido revelárselo, señor, pero cuanto mas pronto me acompañe, mas pronto resolveremos este asunto.-
Con Matilde lo seguimos hasta mi casa, donde nos encontramos con el inspector Villegas.
-Señor Guillermo, es mi deber informarle que a su tío lo han asesinado.- dijo con voz muy seria.-
-¡No puede ser!- dije con voz afectada.
-Pero lo es señor. Necesito hacerle unas preguntas, ahora mismo.
-Disculpe, señor, pero no puedo acompañarlo ahora, estaba apunto…
-Quizás no fui muy claro- me corto con una mirada amenazadora.-, dije ahora mismo.
-Claro- respondí intimidado.
Lo seguí hasta el salón de música donde se sentó en el sillón, y me invito a sentarme frente a él.
-Señor Guillermo, voy a ser muy sincero con usted- dijo con voz solemne podría decirse.
-Hable, señor-dije con una voz también algo solemne.
-Creo que el asesino de su tío fue nada más y nada menos que su primo, el señor Claudio.
¿Qué? ¿Claudio? Hasta en el asesinato del viejo se llevaba todo el crédito. No podía ser.
-¿Esta usted seguro Inspector?- murmure para que no se notara en mi voz el enojo.
-Seguro que si Señor Guillermo, el era el único realmente capaz de matarlo, ya que contaba con varios medios, y solo él tenía el ingenio y la inteligencia para matarlo. Es muy inteligente, siempre lo fue por lo que sabemos.
Ahí no pude aguantarlo más. ¿Inteligente? ¿Ingenioso? Siempre era él. Siempre tenía que ser él, ¡no podía ser! Esto era demasiado
-¡No!- grité- Fui yo, yo lo mate, yo tuve el ingenio, Claudio no se volverá a llevar el crédito ¡Fui yo! ¡El no hizo nada!
-Perfecto- dijo el Inspector Villegas con una sonrisa- justo lo que esperaba, usted no soportaría que le robaran el crédito una vez más, incluso aunque eso le hubiera permitido seguir en libertad por el resto de su vida.
Entonces me di cuenta de lo que había hecho. El Inspector siempre lo había sabido, pero necesitaba la confirmación. Cubrí mis ojos con mis manos y grite un solo grito agudo y doloroso. Otra vez me habían ganado.

1 comentario:

Estela Dominguez Halpern dijo...

Interesante resolución de escritura. Muy buenos los "tiempos" que construiste de Guillermo.
Felicitaciones Ana!