jueves, 23 de abril de 2009

La partida no ganada

Por Camila Conti

Me siento un pobre tipo, tímido, mojigato. Es mi hermano Claudio el que siempre piensa por mí. Siempre fue así. Hace muchos años llegamos a esta casa que pertenece a mi tío Néstor, traídos por él. Es un ser tan seco, sin amor y lleno de lujos como la casa misma.

- Ahorren, no malgasten, ¡todo esta será de ustedes algún día!– nos repetía todo el tiempo. Desde chicos ansiábamos que ese día llegara y que el tirano desapareciera de nuestras vidas.
- Tu novia no es una mujer para vos, no tiene roce, ni clase. Es ella o heredarme.

Todo el tiempo le repetía que yo la amaba y que sentía que era la primera vez que tenía algo en mi vida.

- Vos sabes lo que yo pienso y se terminó el tema acá- me contestaba sin delicadeza alguna.

Cuando jugaba al ajedrez con mi hermano Claudio, gozaba cuando podía ganarle. Nunca pude entender cómo podía perder tanto tiempo en eso. Hasta llegaron a anotar los resultados de los partidos. Todo me parecía molesto y absurdo. Su obsesión, ganarle a Claudio. Yo no existía para él, ya que el ajedrez no era mi vicio como el de ellos y como tampoco era su rival.

Una noche mi tío había dado franco a la servidumbre. Las palabras de Matilde taladraban mi cerebro.

- Tu tío o yo, y no hablemos más hasta que tomes una decisión.

Me encontré con Claudio en el hall y le comenté lo que me pasaba.

- Elije a ella- me dijo Claudio con toda naturalidad- ¿por qué tanto problema?
- Voy a hablar con el viejo, pero no sé… ¿dónde está? ¿en la biblioteca?
- No lo molestes, quiere estar sólo- me contestó mi hermano sin mirarme a los ojos. Su voz era rara, casi nerviosa. Su frente estaba húmeda. - ¿Por qué no te vas a un cine o a un bar?- me sugirió Claudio intranquilo.

Mi reloj marcaba las once y diez de la noche, me encogí de hombros y no contesté. Me dirigí a mi cuarto, pero antes de entrar, abrí un mueble del pasillo repartidor. Me estiré y tomé una caja que estaba en el estante superior. “La caja del destino familiar”. La abrí y tomé un arma con la mano temblorosa. Sudaba y no podía controlar mi mandíbula inferior. Definitivamente, tenía terror. Puse el arma en mi bolsillo derecho. Llamé a Claudio, pero no contestó. Seguramente ya habría salido. Vi luz en la biblioteca a través de la puerta entre abierta.

- ¡Tío! , ¿puedo pasar?

Nadie contestó. Abrí y vi a mi tío con la cabeza recostada sobre el tablero de ajedrez. Un vaso de bebida alcohólica vacío descansaba sobre el escritorio. No quise volver a hablar, sería mucho más fácil si estaba dormido debido al efecto del whisky o el coniac.

Tomé el arma, apunté y disparé en su frente.

- Ya está, es el fin- dije susurrando. – Es por Claudio, por Matilde y por mí, tío.

Cuando reaccioné, puse el arma de vuelta en mi bolsillo, salí de la casa y corrí durante por lo menos una hora. Eran las primeras horas del nuevo día. Me senté en un umbral, empapado y temblando.

- Debo tranquilizarme y volver- pensé para mí mismo.

Cuando llegué a la casa, vi desde la esquina todas las luces encendidas y un policía en la puerta que se llevaba a Guillermo esposado, lo subieron a un auto y me quede mirándolo, sin poder moverme, hasta que desapareció en una esquina.

- ¿Usted es Guillermo Álvarez?- dijo otro oficial frente a la puerta principal.
- Sí, señor.
- Acompáñeme- dijo entrando a la sala.
- Su tío ha sido asesinado y su hermano ha confesado la autoría del crimen- me dijo sin interrupciones mientras las lágrimas recorrían mis mejillas.

Una culpa terrible devora mi alma desde aquel día. Rodeado de dinero junto a Matilde, me siento en la oscuridad más profunda. Sólo volví a ver a Claudio el día que fue sentenciado a quince años de prisión, aunque sólo decía ser inocente. El arma nunca fue encontrada…

Aunque esta partida fue ganada por mí, nunca podré disfrutarlo ni ser feliz. Jaque mate para mí.

1 comentario:

Estela Dominguez Halpern dijo...

Muy buen ritmo de re escritura!! Excelente Camila!